Cuando mi media naranja se mudó a vivir conmigo solo me puso una condición: no sin mi perro. Así que se montaron los dos en un avión y se vinieron para Madrid. Nada mas llegar le llevamos al veterinario (al perro), que nos dijo que ya está mayor y que es importante vigilar su dieta: nada de comida de la nuestra, sobre todo nada de arroz, pienso seco y nos recetó unas vitaminas y otras pastillas para el pelo, que lo tenía un poco desastre.
Al principio le dábamos las pastillas enmascaradas en miga de pan, lo que le ponía super contento porque le dábamos cosas, claro. Lo que hacía era comerse el pan y apartar la pastilla (o eso creíamos), con lo que tenías que metérsela en la boca “a la fuerza”. Hasta que un día que andaba yo medio despistada vi que se comía la miga y a continuación la pastilla, pero con fruicción. Lo que pasaba es que le gustaba tanto que se la guardaba para el final. Hicimos la prueba dándosela sola y efectivamente, le gustaban mucho. Hasta aquí normal.
Empezamos a sospechar que la cosa se estaba desmadrando cuando decíamos “tu pastilla” y venía corriendo y se ponía a dos patas. Llegó un momento en que decías “pastilla” referido a cualquier cosa y hacía lo mismo. Desarrolló una habilidad especial para detectar cuando estábamos sacando una aspirina del blister. Era oír el crujir del plástico y venía como una flecha y se ponía a dos patas con los ojos desorbitados. Y si no le dábamos, lloriqueaba.
Sus pastillas se terminaron hace ya tres meses y sigue con la misma rutina cada vez que nos ve con una aspirina, aunque ya no lloriquea si no le das. Eso si, hay que tener cuidado con lo que te dejas encima de la mesa, porque como sean pastillas puedes darlas por perdidas.
Pero no te preocupes, aunque seas un pastillero TE QUEREMOS, GROUCHO.
¿Habéis pensado en alguna terapia?
ResponderEliminarEs que somos un poco cabrones y nos hace gracia ver la cara que pone cuando abrimos el armario de las medicinas :)
ResponderEliminar