No matter how full sour life may seem, there's always room for a couple of cups of coffee with a friend



sábado, 23 de julio de 2011

El chip prodigioso

¿Os acordáis de esa película? Hay una escena la principio en la que uno de los protas, que trabaja de cajero, vuelve loco al lector de códigos de la caja porque le han inyectado un cacharrismo en el que viaja Dennis Quaid. Pues así nos sentimos ayer.

Me fui con mi media naranja a dar una vuelta y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid entramos a comprar en un supermercado. Ya antes de entrar me dijo: "No sé qué me pasa últimamente que me saltan las alarmas en los supermercados". Y efectivamente, cuando fuimos a pagar nuestra caja se convirtió en un espectáculo de luz y sonido.

La chica, muy maja ella, nos dijo que seguro que se había olvidado de quitar algún chip, pero mi media naranja le contestó con resignación: "No, si soy yo". Vino el de seguridad, comprobó que no había nada que pitara salvo el mozo y nos fuimos dejando en la cola a la gente muerta de risa.

Ya camino de casa fui dándole vueltas al tema además de meterme con él (hay que aprovechar las oportunidades que te da la vida para ser una cabrona) y empezaron a encajar algunas piezas: sus móviles tienen vida propia y le duran poco; lleva el chip del DNI pegado con celo porque se le cae; no suele llevar las tarjetas encima porque se le desmagnetizan... No sé, aquí pasa algo.

Viendo una serie tranquilamente en mi PC tuvo lugar el suceso definitivo: pantallazo azul. Desde que usa mi ordenador el pobre anda bastante renqueante, pero yo pensaba que era porque había virus en las páginas que visita, sitios peligrosísimos como periódicos, emisoras de radio e incluso la página de la RAE.

Tras la confusión inicial me soltó "¡Pero si te he dicho muchas veces que interfiero con los aparatos electrónicos!". Es cierto, me lo ha dicho pero no le creí. Ahora sí le creo, así que hay nuevas normas en la casa: prohibido acercarse a mi ordenador y a mis móviles. Y estoy esperando ansiosa a que tengamos que ir al aeropuerto. A ver la cara que ponen los del control.

miércoles, 20 de julio de 2011

Summertime

Normalmente como con mi amiga O. un día entre semana, así aprovechamos para ponernos al día en el caso de que nuestras obligaciones nos impidan vernos el fin de semana. El año pasado descubrimos la Casa Museo Sorolla. Lo descubrimos por casualidad, mientras buscábamos un sitio para tomar un café después de comer y nos tocó recorrer un par de manzanas porque era Agosto y estaba todo cerrado. El caso es que ese día no pudimos ir y luego se nos echó encima el otoño, con el horario partido, y acordamos que en mi siguiente jornada de verano iríamos sin falta.

Casi se nos pasa de nuevo, pero ayer finalmente fuimos a verla. Para aprovechar el tiempo decidimos comer en los jardines de la casa (¡se puede! y se está fresquito además). ¿Que puedo decir de la obra de Sorolla? Es una maravilla, y la casa es impresionante. Se puede visitar buena parte de ella y tiene el mobiliario original. La verdad es que disfrutamos mucho la visita. El único incidente es que conseguí que los de seguridad me llamaran la atención dos veces. La primera porque me empeñé en sentarme en una silla que tenía pinta de comodísima pero que era del s.XIX. Eso fue bastante adrede, ya me imaginaba que no me iban a dejar, pero tenía que intentarlo. Miré por si había alguien pero los muy ladinos van camuflados de visitantes y no me percaté.

La segunda fue totalmente injusta desde mi punto de vista. Estábamos en el jardín y una señora se metió en un rectángulo de azulejos donde hay una fuente muy chula. Estuvo un buen rato jugueteando con el agua mientras el inútil del marido intentaba hacerle una foto (que no puede ser tan complicado, ¡si llevaba una cámara compacta!). Cuando acabaron O. me pidió que le hiciese una foto a ella, y antes de hacérsela me metí en el rectángulo para sacar una de los angelillos de la fuente de cerca. Y en ese momento llegó el guarda de seguridad y me echó la bronca. Está prohibido entrar ahí. Pues vaya, podía haber venido antes y al menos la otra tampoco habría tenido foto. O follamos todos o la puta al río.

A pesar de que O. ha decidido que no me vuelve a sacar de paseo la visita mereció la pena. Os lo recomiendo para esas tardes de verano en las que uno no sabe que hacer. ¿Que donde está el museo? Aquí tenéis información.

lunes, 18 de julio de 2011

Mens sana in corpore sano

Este invierno me he dedicado en cuerpo y alma al postgrado en gestión cultural, así que aprovechando que lo había finalizado decidí apuntarme al gimnasio para recuperar la forma física. El objetivo es ponerme fuertota para retomar ninjutsu en Septiembre. ¿Y a que gimnasio me apunto? Pues al mismo que va mi amigo S., así al menos me aseguro de ir y no solo de pagar.

Llegué, me apunté y entré. Una vez dentro S. me presentó a una monitora que me miró de arriba abajo y me dijo: “Tu, cardio un par de semanas”. Me debió ver muy floja. Me subí a la cinta y estuve corriendo 40 minutos. S. venía de vez en cuando y me animaba con frases como “¿corres a esa velocidad? Esa es mi velocidad de paseo”. Un amor de chico.

Cuando acabé mi sesión me bajé de la cinta y fue ahí cuando recordé porqué no me gusta la cinta de correr. Fue poner los pies en tierra firme y empezar a ver chiribitas. Como una tiene un cierto pundonor, disimulé yéndome a los vestuarios a buen paso y lo más pegada posible a la pared, acción que se saldó con el atropello de un chico musculado. El pobre no me dijo nada cuando me vio con la cara pálida y los ojos desorbitados. Y es que eso de correr y que el mundo a tu alrededor no se mueva es algo que a mi cerebro no le hace gracia. ¿Qué he hecho en posteriores ocasiones? Andar por la cinta hasta que mi cerebro vuelve a sincronizarse con el mundo.

Al menos después de entrenar me tomo una cervecita, lo que es motivación suficiente para volver al gimnasio otro día.

domingo, 17 de julio de 2011

¡Esto es Bollywood!

Los que me conocen saben que en cuanto empiezo con la jornada de verano aprovecho las tardes para hacer cosas. ¿Y qué tipo de cosas? Pues cosas, que todo hay que explicarlo. Por ejemplo, leer libros que tenía aparcados, retomar series de fotos interrumpidas o apuntarme a talleres de danza. Sí, todos los veranos hago al menos un taller de danza. Me gusta bailar, es divertido y conoces gente curiosa. Y si el número de alumnos es suficiente, hasta puedes esconderte detrás de los demás para que no se te vea en el espejo. Esto casi nunca cuela, pero por intentarlo que no quede.

Este año me decidí junto con una compañera de trabajo por un taller de Bollywood sexy style. ¿Y eso en qué consiste? Pues según nos contó Leyla Zurah (the teacher) es una mezcla de baile clásico y folklore enfatizando los movimientos más sensuales. Sensuales para los indios, claro, aquí se considerarían casi inocentes.

El caso es que el taller duraba tres días, y el lunes me presenté allí después de haber pasado por el gimnasio (eso lo contaré otro día) y me llevé la primera sorpresa: no era una hora de danza, eran dos horas cada día. Mierda, y yo que me fui primero a correr, ahora seguro que no aguanto la clase entera. Bueno, me esconderé tras las demás y así si me paro no se ve. Y éramos cuatro en clase, así que nada de esconderse. La profe nos puso un bindi, nos hizo saludar a la Tierra y ¡hala! a aprender los pasos básicos. Después de la primera hora me quería morir, pero las compañeras resultaron ser unas tías majas y Leyla es una salá, con lo que nos divertimos mucho.

Montamos una coreografía con la canción de éste vídeo (no os perdais al policía, que es genial) pero sin chicos y Leyla le puso nombres “comprensibles” a los pasos para que los recordáramos, como el momento Lina Morgan también conocido como me meo toa, y así durante tres días. Como decía antes, fue muy divertido, incluida la visita al chino-putis para comprarme una faldita adecuada. Al principio era para vernos: el movimiento sensual de caderas se convertía en Chiquito de la Calzada, las miradas “con intención” en expresiones desconcertadas y la posición de las manos resultaba ortopédica, pero allí estábamos para pasarlo bien y aprender y nos volcamos a ello con entusiasmo. Al final casi parecía que sabíamos lo que hacíamos.

Sudamos como pollos, nos reímos un montón, perdí parte de la falda arrastrándome por el suelo (no pregunteis) y conseguí agujetas en el lugar más insospechado: los hombros. Me parece que en cuanto salga otro taller de Bollywood con Leyla me apunto de cabeza.

martes, 12 de julio de 2011

Family plot

Eso de morirse en muy complicado, sobre todo para los que se quedan. El pasado 7 de Julio (San Fermín) se cumplieron 24 años de la muerte de mi madre. Ya dije que había muerto muy joven. Mi padre fue con una de mis hermanas al cementerio a llevar flores, y le informaron de que el alquiler ha caducado ya y no es posible renovarlo. Así que nos quedan dos opciones: o nos desentendemos, con lo que se llevan los restos a un osario común, o la incineramos. Obviamente la primera opción está descartada. Pero la cosa no se queda ahí. Esto es como cuando vas a comer al Hollywood y te preguntan con qué quieres la hamburguesa y si te pides la patata asada a continuación te preguntan con que salsa, y así sucesivamente.

A lo que íbamos, que me disperso. La cremación tiene a su vez tres opciones: meter las cenizas en una urna así como muy barroca para poder poner a tu familiar en la repisa de la chimenea, usar una urna de sal para poder tirarla al mar o enterrarla sin impacto ambiental, y por último de nuevo desentendernos de las cenizas y que vayan a un osario común. Que la han cogido llorona con el osario, ni que les pagaran por ocupación.

La primera opción no es viable, porque ninguno tenemos chimenea, y además la peregrinación de familiares para honrar las cenizas puede ser muy pesada. O imagina qué disgusto si se te caen al suelo y las aspiras sin querer. Dado que somos una familia responsable y medioambientalmente concienciada, a falta de realizar una votación vinculante parece que la urna de sal va a ser la opción escogida.

¿Creéis que aquí acaba la cosa? Pues no, ahora hay que ver donde llevamos la urna. Tomando unas cervezas con mi hermana se nos ocurrieron un par de opciones que creemos que serían del agrado de mi madre, que era una madrileña castiza orgullosa de serlo. Mi hermana propuso tirar la urna a la Cibeles, pero claro, a ver como llegamos todos hasta allí atravesando el tráfico. Solución: vamos todos en el coche, bajamos la ventanilla y tiramos la urna en marcha. Y para celebrar su nueva ubicación, nos vamos a comer callos con garbanzos. No parece una mala idea, pero corremos el riesgo de que nos detenga la policía.

A mi se me ocurrió que podíamos enterrarla en el Retiro. Pero claro, para eso también habría que pedir permiso. Así que lo que podemos hacer es vestirnos de comandos (o de ninjas) e ir por la noche, cavar un agujero y marcharnos a comer callos con garbanzos. Si, los callos con garbanzos son el denominador común, en mi familia siempre hemos sido de buen comer.

Faltan las aportaciones del resto de mis hermanos y de mi padre, pero estoy mas que segura de que si hay un mas allá y mi madre nos ve haciendo cualquiera de las dos cosas con sus cenizas se reirá muy a gusto y estará encantada de quedarse en Madrid. Y de que nos comamos unos callos con garbanzos a su salud.

lunes, 11 de julio de 2011

"Hola, me llamo Groucho y soy adicto a las pastillas"

Cuando mi media naranja se mudó a vivir conmigo solo me puso una condición: no sin mi perro. Así que se montaron los dos en un avión y se vinieron para Madrid. Nada mas llegar le llevamos al veterinario (al perro), que nos dijo que ya está mayor y que es importante vigilar su dieta: nada de comida de la nuestra, sobre todo nada de arroz, pienso seco y nos recetó unas vitaminas y otras pastillas para el pelo, que lo tenía un poco desastre.

Al principio le dábamos las pastillas enmascaradas en miga de pan, lo que le ponía super contento porque le dábamos cosas, claro. Lo que hacía era comerse el pan y apartar la pastilla (o eso creíamos), con lo que tenías que metérsela en la boca “a la fuerza”. Hasta que un día que andaba yo medio despistada vi que se comía la miga y a continuación la pastilla, pero con fruicción. Lo que pasaba es que le gustaba tanto que se la guardaba para el final. Hicimos la prueba dándosela sola y efectivamente, le gustaban mucho. Hasta aquí normal.

Empezamos a sospechar que la cosa se estaba desmadrando cuando decíamos “tu pastilla” y venía corriendo y se ponía a dos patas. Llegó un momento en que decías “pastilla” referido a cualquier cosa y hacía lo mismo. Desarrolló una habilidad especial para detectar cuando estábamos sacando una aspirina del blister. Era oír el crujir del plástico y venía como una flecha y se ponía a dos patas con los ojos desorbitados. Y si no le dábamos, lloriqueaba.

Sus pastillas se terminaron hace ya tres meses y sigue con la misma rutina cada vez que nos ve con una aspirina, aunque ya no lloriquea si no le das. Eso si, hay que tener cuidado con lo que te dejas encima de la mesa, porque como sean pastillas puedes darlas por perdidas.

Pero no te preocupes, aunque seas un pastillero TE QUEREMOS, GROUCHO.

jueves, 7 de julio de 2011

Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto

Si tuviera que elegir una única cosa de las muchas que me enseñó mi madre sería esta: lucha por aquello en lo crees. Incluso cuando parece imposible conseguirlo merece la pena intentarlo. Y sabía de lo que hablaba. Se quedó huérfana con ocho años, vivió en hospicios, trabajó desde que pudo, se casó demasiado joven y murió pronto. Y en ningún momento dejó de luchar ni perdió las ganas de vivir ni la sonrisa.

No se puede decir que hiciera grandes aportes a la humanidad, pero merece que se la recuerde aunque no sea en los libros de historia. Son los recuerdos pequeños, cotidianos, los que te acercan a las personas, esos recuerdos que te hacen sentir como en casa, los que cuentan. El día que nos regó a todos porque no dejábamos de jugar en la mesa durante la comida. La tortilla de patata, los filetes empanados y las empanadillas cuando íbamos a la piscina o al campo. Sus historias de cuando era joven (mucho mas joven, nunca llegó a ser mayor del todo) en el primer concierto de los Beatles en España. "No os compro natillas de chocolate porque os las coméis".

No era importante, pero era una gran mujer. La recuerdo hoy, en el aniversario de su muerte, y la recordaré siempre en los momentos importantes de mi vida.