Me molesta sobremanera la corrección política, sobre todo en el lenguaje. No me entendáis mal, defiendo el hablar (y escribir) con propiedad y me parece correcto que una lengua viva evolucione, adaptándose a las nuevas necesidades de expresión de quienes la hablan. Lo que no soporto es la mojigatería.
De lo que se trata con esta tendencia de llamar a las cosas como lo que no son es de disfrazar la realidad en aras de ocultar situaciones terribles o discriminatorias que requerirían, más que ¿buenas? palabras, algo de acción. Así, ya nos hemos acostumbrado a los “daños colaterales” como si las personas inocentes que mueren en los conflictos armados (antes “guerras”) estuvieran menos muertas; recordamos la famosa “desaceleración económica”, que consistía en que un montón de gente se quedaba en paro, con todo lo que conlleva; y también hemos asistido a una guerra de género, como si eliminar el uso del masculino plural como genérico fuera a mejorar de por sí la situación de muchas mujeres. Pero este fin de semana he leído la evolución del lenguaje definitiva: en una carta a un periódico, una lectora se refería a su situación como “diversidad funcional (discapacidad)”. Supongo que el cambio de nomenclatura para su dolencia (es parapléjica) ayudará a que pueda cruzar la calle, porque no debe quedar ya ninguna ciudad en España donde los bordillos impidan moverse libremente a la gente en silla de ruedas, a los ancianos, a las mujeres con carritos de bebés o simplemente a los que vamos con el carro de la compra. ¿No es verdad? Dado que las ciudades están adaptadas a las necesidades de todos sus habitantes, podemos dedicar todo nuestro tiempo a mejorar la percepción que se tiene de algunos colectivos a través del lenguaje.
Podemos empezar incluso desde la infancia a reeducar a nuestros retoños en el uso de la corrección política contándoles cuentos tradicionales revisados, en los que el leñador de Caperucita se convierte en “técnico en combustibles vegetales”, Cenicienta es tratada por su “madre política” con “notable crueldad” y se ve obligada a trabajar como “una empleada personal sin derecho a salario”, y los siete enanitos de Blancanieves devienen en “personas con disfunciones en el sistema hormonal del crecimiento” (no os perdais los “Cuentos infantiles políticamente correctos” de James F. Garner, impagables).
La parte positiva de todo esto es la posibilidad de difundir noticias inquietantes sin que cunda el pánico. Así que cuando veáis publicado en prensa que se está produciendo una llegada masiva de personas con vitalidad reducida a las ciudades mas vale que echéis mano de vuestra guía de supervivencia zombie.